Esperanza Nuestra
Mentiría si
dijera que es la primera vez que pienso en esto. Mentiría si dijera que es la
primera vez que estoy a punto de hacer este comentario en público. Mentiría el
que dijera que es un pensamiento vano, una obsesión, una ilusión que me ciega.
Mi
afición por la fotografía y mi gusto por las cofradías me han llevado a pasar
horas viendo reportajes hermosísimos delante de la pantalla de mi ordenador:
hoy un repaso a las webs de actualidad, mañana un rato de lectura a los
comentarios de los foros cofrades en los que se habla de lo humano y lo divino
y, casi siempre, horas y horas viendo fotos de las Sagradas Imágenes de la
Virgen, que son mi pasión y que ocupan la mayor parte de mi pensamiento y mi
oración.
Y
ese amor y celo que siento por los iconos marianos, me llevaron a crear el blog
El arte de vestir a la Virgen en el
que no he dado cabida a los comentarios criticones que distraigan mi atención
ni la del visitante, sino que pretende ser un cara a cara con la Madre de Dios
en sus múltiples y dulcísimas advocaciones iconográficas.
A
veces he caído en la tentación de que mis ojos de cofrade, fotógrafo y vestidor
me lleven a fijarme en lo adecuado o inadecuado de la anchura de un manto, en
la calidad de un encaje o en la disposición más o menos perfecta de un tocado,
pero hoy, como cada vez que me he acercado a una imagen de Sevilla, de la
Sevilla Macarena, Trianera o Trinitaria, he comprobado una vez más, que soy
incapaz de fijarme en todo eso cuando la Sevilla Eterna me presenta a la Madre
de Dios a mi altura y ante mis ojos.
¿Qué tiene la
Virgen en Sevilla? ¿Será su aura? ¿Será su unción? ¿Serán sus ojos? ¿Serán los
míos?
He de confesar
que hoy, como siempre que me pongo a las plantas de la Virgen en Sevilla soy
capaz de imaginar lo que encontraré en el cielo. No creo que en la eternidad
del empíreo seamos capaces de contar los pliegues de un manto recogido o los
frunces de un encaje. Estoy seguro que en el cielo, como en Sevilla, cuando te
pongas de cara a cara, de frente a frente con la Madre de Dios, bastará con
mirar sus ojos y en ellos veremos la plenitud de la gloria, porque la gloria
del cielo se puede ver en los ojos, en el rostro, en las manos, en el porte, en
la presencia, en la eternidad de la gloria de la Virgen en Sevilla.
Y
estos flashes de cielo abierto en presencia de la Virgen, siempre los veo en
Sevilla; pero mi alma de jerezano me ha regalado momentos eternos de gloria en
los ojos de la Esperanza de la Yedra cada vez que me pongo ante Ella; y ya ha
podido estar la Virgen en camisón o con la más rica saya, de hebrea o con el
manto de calle, que el vértigo de su mirada me han conmovido en lo más profundo
de mis entrañas. Y he visto el cielo de par en par con las Mercedes del
Soberano aquel día en que mi pecho sirvió de regazo a su rostro cubierto de una
capucha cuando la llevábamos la primera vez a su templo para bendecirla.
Hoy,
día de la Esperanza, cuando la Virgen en Sevilla me ha regalado una vez más el
cielo de su presencia, es justo que yo le devuelva mi gratitud y mi
reconocimiento por concederme el ser capaz de mirar más allá de su mirada de
esperanza y de ver la gloria de par en par con el ancla de mi vida arribada un
día en los puertos celestiales.
Dios
te salve, María, llena eres de gracia. Dios te salve, Sevilla, llena eres de
gloria.
César A. Díaz López
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