jueves, 14 de febrero de 2013

C de Catequesis... Carta José Manuel González Gutiérrez.





…Diez “levantás” al cielo.
¡ El Señor no pide tanto ¡ Amor es lo que pide. Nosotros le damos las migajas de nuestro amor, y Él nos devuelve el ciento por uno. Nos quita la Sed. Nos regala todo el amor de este mundo.
El Señor no pide tanto. 
El que ayer le entregue no es un amor mío, pero no hay un amor mas constante que el de los niños. ¿ Que manos hay mas fiables que esas tan pequeñas cuando quieren de verdad algo? Si un niño te tiende su mano de verdad, esa mano es la mas fuerte, no te suelta. 
Y yo Señor me pregunto; ¿Qué mirada hay mas limpia que la de los niños?
Algo de amor Jesús es lo que tu nos pides. Y esos pequeños corazones ayer te lo dieron todo. Como dijo el poeta; Nada hay que no este al alcance de un niño. Ellos son capaces de cegar a un pajaro, de aplastar a las hormigas, y de “matarte” de amor cuando te dicen te quiero.
Ayer en los bancos del templo todo era murmullo en esos infantiles corazones. ¿Quién les explica a los niños, que el Señor les iba a recordar que al final solo somos polvo, y que volveremos a nuestras raices?
Sin saber muy bien que iban a recibir el corazón se les salía del pecho. Que suerte tienen los niños…¡¡¡ Su corazón infantil no les ciega, aun contínuan viendo sublime todo lo que de Dios les viene. Cuanto tenemos que aprender de ellos los que nos llamamos hombres…¡¡¡
Tu Señor ayer le ofecias cenizas, y ellos te direon su corazón que se les salia de ilusión, de ese pequeño pecho joven.


Por primera vez mis niños recibieron la ceniza. Sin entender repito, lo que el Señor con eso les decía. Y ellos solo le dieron amor al hacedor de la vida.
Mas tarde fueron a verte a tu capilla. La Cruz te humillaba mas que nunca, y tu Madre ante ti de Dolor inmenso sufría, lloraba, en silencio se quejaba.
Sus labios infantiles por primera vez en tu pie pusieron. Ellos no perdían, ni rogaban, con sus labios…solo ponian en tus pies todo el amor del mundo.
Su inmensidad infantil hacía que la altura hasta tus plantas fuese mucha. Mis brazos acercaron sus labios a tus pies con la ilusión inmensa de quien por primera vez a Dios el pie besaba.
Al terminar mis brazos me recordaban, que habían sido diez “levantás” gloriosas, llenas de amor, eternas. ¿Quién soy yo Señor para recibir una felicidad tan inmensa? Gracias Jesús Nazareno por tener para mis niños, las puertas de tu corazón herido, por primera vez abiertas. Te aseguro Señor que hay cosas de esta vida que jamas olvidas, y una de ellas sin duda será esta.
Yo se bien, Nazareno, que tu no pides tanto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario