domingo, 4 de noviembre de 2012

C de Amor de dimensión Celestial...


¿Existe amor más grande,  que el de una madre por sus hijos?
             Todos tendríamos claro que contestar a esta pregunta. Nuestras madres nos demuestran desde niños su pasión incondicional por nosotros. Entrega sin límites. Capacidad y disponibilidad innata para dar la vida por nosotros aun después de haber sido ellas las que nos la han dado.

            En un momento transcendental de la historia del cristianismo, María vuelve a ser principal protagonista. El amor que Cristo nuestro Señor siente por nosotros, le hizo darnos el mayor regalo que le pudo hacer a la humanidad, quizás en el momento más dramático, más trágico que María como Madre, y Jesús como hijo, vivieron el uno con el otro.
            El hijo del carpintero. El niño que fue agasajado en Belén por los magos de oriente, el pequeño que duerme plácidamente en los brazos de la Señora del Rosario, pendía de la Cruz en el monte de la calavera, en el monte calvario. En su dramática agonía humana, su amor supero con creces las secuelas que las heridas y el dolor le estaban produciendo en esos momentos.
            Coronado de espinas, destrozada toda su piel por la crueldad del flagelo, y atrasados sus pies y sus manos por el metal frio de los clavos, el hijo del hombre contempla a María su Madre, rota de dolor, llorando a los pies de la Cruz, junto al discípulo amado.
            “Madre aquí tienes a tu hijo, hijo aquí tienes a tu Madre…”
            Con esa frase, que el espíritu del Señor pronuncio sacando fuerzas de donde no las tenía, Cristo hacía Madre del discípulo amado a María, y al discípulo amado hijo de María. Esa proclamación, ese parentesco, ese regalo inmenso que Cristo realizó a Juan al pie de la cruz, nos la hizo por medio de su persona, también a nosotros sus hijos.
            Desde ese momento, la humanidad, todo el orbe cristiano, pasa a tener la inmensa suerte de ser hijos de María gracias al amor de Dios por nosotros.Y si nuestras madres se desviven por nosotros, ¿Cuánto no será el amor que la mejor de las Madre, María, siente por nosotros?
            Gracias a Dios, una imagen similar a la que acabamos de relatar se ha repetido 2000 años más tarde en nuestro pueblo, en la exquisita muestra de Amor de la Señora del Rosario para con sus hijos difuntos.
            En la tarde del día que la iglesia universal dedica a recordar la memoria de nuestros seres queridos que ya abandonaron la vida terrenal, un compendio de detalles se han mezclado para que, por el Amor que María nos tiene, el acto de recordar y orar por nuestros seres queridos, se haya convertido en una fiesta solemne.
            Silencio. Nostalgia. Todo ha quedado lleno del amor que la Madre, hoy más que nunca, Madre del Rosario, ha derrochado por todos sus hijos, y en especial por sus hijos difuntos, que esperan la gloria del Padre.
            El amor que siente el pueblo de Bornos por su Patrona, y su Patrona por el pueblo de Bornos es reciproco. Aun siendo el amor de Ella por nosotros inmensamente mayor, el pueblo la mima y la quiere hasta el extremo. Quizás sea por eso, que han tenido que pasar muchos siglos para que la Señora baje a visitar a sus hijos difuntos al cementerio.
            Y no es casualidad que haya pasado tanto tiempo. Bornos, rincón coqueto de Andalucía es por ello tierra de María Santísima. El pueblo durante siglos ha desestimado este peregrinar de María Santísima al campo Santo, como en un intento de  evitar a su Madre, el trago amargo de visitar a sus hijos que duermen esperando el descanso eterno de la gloria de la resurrección.
            Bornos ha querido en estos años que Ella los recuerde en vida. Que recuerde la fervorosa entrega por ejemplo de Doña Rosario González. El orgullo que sentían los autores de música y letra del Himno dedicado a Ella cada vez que el pueblo entero lo cantaba.
            El excelente gusto por la litúrgica del que fuera por suerte y por muchos años muy digno sacristán de la parroquia. Los “vivas” que le salían del corazón al bueno del Foro padre, que ha heredado el actual hermano mayor, muestra de que el amor a la Virgen no entiende de épocas ni edades. Y así podría nombrar a una lista de Bornichos que han entregado su vida por la Virgen, y que sería intensa y largamente extensa.
            Pero el Amor de María es inmenso e infinito por suerte para nosotros. Y en la tarde de hoy ha quedado patente.
            El marco no podía ser mejor. Hora taurina. Poco antes de las cinco, la torre de la iglesia, testigo sonoro de todos los acontecimientos del pueblo, tocaba al más solemne de los entierros. La plaza a esa hora aun con la ausencia de los vecinos, era coloreada con las pinceladas del gris agua de las nubes, que al mezclarse con el eco de las paredes del castillo, dibujaba una estampa que ponía los bellos de punta. Algo grande iba a pasar, eso era evidente.
            Reina. Una corona en la esquina izquierda del templo, nos recordaba que aunque estaba ataviada con colores extraños, aquella mujer no era otra que la Reina de Bornos, la Señora del Rosario. Un velo blanco, símbolo de pureza y color evocador de la resurrección de ese niño que duerme en sus brazos, cubría la cabeza de aquella doncella, y se mezclaba en las estrellas aterciopeladas de la noche del viernes Santo, que aquella mujer se había colocado por manto. La Soledad de María, cubría las hechuras de aquella Señora.
            El sacerdote recorría las cuentas del rosario, mientras el pueblo acompañaba a su Madre por el discurrir del cortejo por el color “Grana” de la calle en la que reina el Señor de la Columna. El cielo, cual si las nubes fueran flageladas, se iba poniendo de un luto más intenso, al tiempo que la Reina del Rosario se iba acercando a las puertas del cementerio.
            Y fue allí, justo a sus puertas, donde todos los hijos de bornos que allí la esperaban, hicieron que apareciera la lluvia. Jubilosos por tan celestial visita, todos los hijos de bornos que en su descanso eterno, esperan la gloria de la resurrección en el campo santo, le han pedido a Dios que la mejor de las Flores, no permaneciera en dicho lugar más que el tiempo justo. Igual que hizo el Señor, no han permitido que la Reina de Bornos tenga el más mínimo contacto con la muerte carnal.
            De regreso, los cantos del pueblo antes, y el agua después, no han logrado que la Señora del Mayor Dolor, recibiera en su casa, a la Virgen del Rosario. Vaya dos lutos bellos…¡¡¡ ¿Qué mejor acto para celebrar el 300 aniversario de la reorganización de la hermandad del miércoles Santo, que la celebración de la eucaristía con la celestial visita de la Patrona?. Todos los que hemos tenido la suerte de estar presentes, éramos conscientes de que aquellos momentos eran irrepetibles e históricos, la Virgen ha sido buena con nosotros esta tarde.   
            A paso de agua, la Virgen ha regresado a la parroquia tras la eucaristía. En todos ha quedado un sabor agridulce. Por un lado, la emoción de recordar a nuestros seres queridos, y por otro lado, la certeza de que todos están al menos esperando ya  disfrutar cuanto antes,  de la gloria eterna.
            Dos de noviembre del año de gracia del Señor de dos mil doce. Quizás hoy, las escuetas gotas de agua que el cielo ha derramado en el transcurso del acto, han ayudado al pueblo de bornos a aprender algo que hasta hoy ningún hijo de esta noble villa se había parado a pensar… ¿Cómo llora la Virgen del Rosario?
 
                        “Santa María, Madre nuestra, celestial princesa del Rosario,
intercede por todos aquellos, hijos tuyos, vecinos de Bornos que nos han dejado,
para que llegue a plenitud en ellos, la obra del Amor misericordioso de Dios.
 Por Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.”


José Manuel González Gutiérrez


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